Extracto de Darnos la mano. Andanzas entre acciones escolares (mal)queridas. Dolores, Buenos Aires: Ediciones Seisdedos, 2021.
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El ensayo
es un género reflexivo en el que se impone una ética y un modo libre de
asociar saberes “distantes”, separados a menudo por los compartimentos
que crean las disciplinas (útiles y necesarias pero que al mismo tiempo
tienden a disciplinar las formas a menudo rebeldes del pensamiento). En
este sentido puede ser considerado un género mestizo que insiste en
presentar hipótesis, visiones del mundo, formas interpretativas que
relacionan temporalidades distintas (presente y pasado) y que pueden
abrir pequeños tajos en la idea de futuro. En el Cono Sur existe una
gran tradición ensayística en la que lo filosófico contrapuntea con lo
literario y cuya primera manifestación, en el siglo XX, acaso pueda
ubicarse en un ensayo filosófico-literario como Ariel (1900) de Rodó,
que dio lugar a una suerte de ideología -el arielismo-, que impactó en
la Reforma Universitaria de 1918 y a grandes reflexiones ensayísticas
que se dieron en distintos países latinoamericanos. En México con
Vasconcelos, por ejemplo. Y en Cuba, con Fernández Retamar y su Calibán, una suerte de negación -o, incluso lo digo mal, inversión- del Ariel de Rodó. Y en Martinica con Una tempestad
de Césaire (aunque esta obra sea estrictamente un drama teatral que,
sin embargo, no habría podido darse sin las escrituras ensayísticas
rododianas y retamarianas). En este sentido, podemos pensar el ensayo
como un estado de diálogo y reflexión permanente sobre el mundo, crítico de la política de la lengua cifrada y minoritaria que se explicita a menudo en nuestras Universidades.
Pues
bien, el ensayo filosófico -o, mejor, filosófico-literario- tiene la
capacidad de entramar otro tipo de lengua, más seductora, de desborde institucional y de intervención en la plaza pública
en la que en el mundo de antaño se verificaba (verificábamos) la
potencia de lo social organizado. Esa política de la lengua puede
expresarse en un género culpable como el ensayo, tal como escribió
alguna vez Grüner. Culpable en tanto mestizo, en tanto reflexión con la
capacidad de cruzar cosas, lenguajes, disciplinas, formas cognitivas y
sensibles. El ensayo pone a les especialistas en situación de
intelectuales: una subjetividad que quiere cambiar el mundo y no solo
contemplarlo desde tal o cual léxico de tal o cual disciplina. Y si es
cierto -como decía Rozitchner- que la filosofía piensa cuando el pueblo
lucha, en este momento de descalabro del sentido de la vida, en el que
las formas de lucha de antaño han sido suspendidas, ¿cómo -o en todo
caso, qué- puede pensar la filosofía a través del ensayo?
Rocco Carbone
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El ensayo filosófico, tal como nos gusta entenderlo, habla una lengua menor dentro de una lengua mayor, “académica” o “periodística”, o tecnocrática, según los casos. Género mestizo si los hay, el ensayo sabe cultivar un entrecruzamiento (una alianza “perversa y polimorfa”) entre la filosofía, la literatura y la política. Es, sobre todo, una manera literaria de encarar la exposición de las ideas y una forma política de asumir el filosofar (entre la creación de conceptos/problemas y la introducción de las luchas en el terreno de la teoría). Por eso aparece a menudo la figura del duelista para pensar a el o la ensayista. Porque su quehacer tiene que ver con el combate: enfrentamiento abierto o solapado al “terrorismo académico”, incluso en la disputas por el sentido de la producción universitaria; un duelo en torno a su propio lugar dentro del sistema (de escritura). Por otra parte, el ensayo retoma de la tradición filosófica una cierta frescura: el placer de la conversación. No los monólogos disfrazados de ingenuas preguntas que ya tienen respuestas de antemano, sino preguntas que inciten a pensar, siempre con otrxs, incluso en la más desolada de las habitaciones en las que alguien, sintiéndose solx, pueda redactar un texto.
En un mundo plagado de incertidumbres, como el que habitamos en el siglo XXI, el ensayo no viene a regodearse en la incerteza, pero tampoco hace gala de una falsa confianza en sus aseveraciones, sino que busca transitar entre conversaciones (reales, o imaginarias) esos interrogantes que atormentan la época. Es, en ese sentido, intempestivo y urgente: busca ligar temporalidades que se separan por abismos y trastocar la idea misma de temporalidad (o de linealidad del tiempo). Es, por eso mismo, un género que gesta diálogos que parecen imposibles: entre generaciones pasadas y actuales; entre saberes distantes; entre geografías remotas.
Frente a la frialdad de la escritura consagrada y bienpensante, el ensayo reivindica para sí el lugar del no lugar, de la impureza, la mezcla, el dislocamiento y el apasionamiento junto a las ideas, que son siempre ideas anticlasificatorias, desestabilizadoras, apologéticas de una verdad situada.
El ensayo, entonces, como ejercicio creativo, asume las lecturas y las relecturas, las glosas y las traducciones (aún en la propia lengua) como el suelo desde cual ensayar nuevas formas para imprimir en el gran texto de las disputas por el sentido que se ponen en juego en la escena contemporánea y, generalmente, contra ella.
Mariano Pacheco
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